Un novelista, aun siendo visible durante toda su carrera, puede acabar conociendo apuros terribles y conocer la "invisibilidad" descrita por Antonio Muñoz Molina.
Es lo que recuerda ese artículo conmovedor publicado en El País tras el fallecimiento del autor catalán que decidió abandonar a España con la que hasta el final mantuvo relaciones difíciles para asentarse en un mundo con el que siempre había soñado.
Goytisolo en su amargo final
La imposibilidad de escribir y la necesidad de dinero para costear los estudios de sus ahijados deprimieron al escritor
Francisco Peregi
Rabat
Hace tres años Juan Goytisolo
apenas contaba con medios para subsistir. Le era imposible costear los
estudios de sus tres ahijados, algo que se había convertido en su razón
de vida. Le fallaban las fuerzas para emprender una obra de envergadura y
en abril de 2014 escribió el siguiente documento: “Mi decisión de
recurrir a la eutanasia a fin de no prolongar inútilmente mis días
obedece a razones éticas de índole personal. Desaparecida la libido y
con ella la escritura, compruebo que ya he dicho lo que tenía que decir.
Tampoco mi cuerpo da para más. Cada día constato su deterioro y antes
que ese declive afecte a mi capacidad cognitiva prefiero anticiparme a
mi ruina y despedirme de la vida con dignidad”. Y seguía: “La otra razón
de la eutanasia es la de asegurar el porvenir de los tres muchachos
cuya educación asumo. Me parece indecente malgastar los recursos
limitados de que dispongo, y que disminuyen a diario, en tratamientos
médicos costosos en vez de destinar este dinero a completar sus
estudios. Por todo ello, escojo libremente la opción más justa conforme a
mi conciencia y respeto a la vida de los demás”.
Goytisolo escribía siempre a mano y a mano firmó el documento. Se lo
pasó al ordenador la persona que solía transcribirle muchos textos,
Rafael Fernández, un profesor del Instituto Cervantes de Marrakech que
murió de cáncer ese mismo año. Goytisolo estaba obsesionado con la
educación de sus tres ahijados: Rida, que ahora tiene 23 años, Yunes,
también 23, y Jalid, 18. Rida es hijo de su gran amigo Abdelhadi y los
otros dos son hijos de Abdelhaq, hermano de Abdelhadi. Todos ellos, más
la esposa de Abdelhaq, vivían con Goytisolo en un antiguo hostal, que el
escritor compró en 1997. Formaban lo que él llamó su “tribu” y su tribu
lo cuidó hasta el final.
En 2004 comenzó a tener dificultades económicas. El entonces director
del Instituto Cervantes, César Antonio Molina, le facilitó giras de
conferencias en la institución e intercedió para que le encargasen
cursos de verano. A partir de 2007 EL PAÍS pasó de abonarle los 250
euros que cobraba por artículo a asignarle una mensualidad de 3.000
euros. El sueldo lo percibió en Marruecos hasta el último momento,
aunque no escribiera. “Una vez descontados los impuestos, le llegaban
2.200 euros, lo indispensable para vivir”, señala alguien próximo. Las
fuentes que aparecen en este artículo sin nombre y apellido solicitaron
expresamente mantenerse en el anonimato.
En 2014 Goytisolo asumía que su cuerpo no daba para más. Tenía 83
años, pero lo peor quedaba por venir. Siete meses después de escribir el
documento de la eutanasia, en noviembre de 2014, se anunció la
concesión del premio Cervantes, el más importante en lengua española,
dotado con 125.000 euros. El problema es que Goytisolo se había opuesto
en varias ocasiones a ese galardón. En enero de 2001, tras anunciarse el
premio para Francisco Umbral, Goytisolo publicó un artículo en este
diario titulado Vamos a menos donde criticaba “la putrefacción de la vida literaria española” y “el triunfo del amiguismo pringoso y tribal”.
Goytisolo terminó aceptando el premio y ese hecho le hundió más en su
depresión. Porque continuaba sin fuerzas para escribir y era consciente
de que se había contradicho al aceptarlo. Sus íntimos insisten en que
ni le deslumbraron los focos ni le atrajeron los honores. Pero ahora que
contaba con dinero para los muchachos ya no le encontraba sentido a
seguir viviendo. La víspera del 23 de abril, fecha de la entrega solemne
del premio en Alcalá de Henares, llamó en Madrid a un amigo para que lo
ayudara a comprarse un traje. Solo disponía de una corbata y decía que
no conjuntaba con la camisa. Cuando el amigo llegó al hotel le dijo que
no tenía fuerza ni ánimo para salir a la calle. Su familia deseaba
hacerse una foto con los reyes de España. Pero él estaba tan perdido que
no solo se olvidó de la foto , sino que al concluir el acto reparó en
que ni siquiera había saludado a los reyes en su discurso.
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