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Bienvenido/a en el blog dedicado a la enseñanza del castellano en clases preparatorias del Instituto Saint-Exupéry de Mantes-La-Jolie. Abre los ojos y lo encontrarás todo: programas de literatura y civilización, enlaces para artículos, vídeos o fotogalerías, consejos de lecturas, ideas para ver películas o escuchar música, proyectos culturales a gran escala, diarios y testimonios de estudiantes, sin olvidar unas correcciones...

samedi 26 janvier 2019

Mario Vargas Llosa versus Juan José Saer


"La transición española de una dictadura de cuarenta años a una democracia moderna quedará como uno de los hechos más positivos de unos finales de siglo que, aunque repletos de acontecimientos, han abundado en frustraciones y fracasos políticos. Acaso nadie esperaba que esta transición se llevara a cabo de la manera en que se efectuó: sin violencia y con la resuelta colaboración de todos los sectores -empezando por la corona y terminando por el Partido Comunista- incluso aquellos que, hacía muy poco, eran duramente reprimidos por el régimen franquista.En aras del restablecimiento de la libertad y para evitar el retorno de un clima de encono y división que haría imposible el funcionamiento de la flamante legalidad, las fuerzas democráticas renunciaron a pedir cuentas y a enjuiciar al antiguo régimen por sus atropellos y crímenes y aceptaron convivir con sus corifeos y lugartenientes. Para muchos exiliados, ex-prisioneros o perseguidos políticos, ello significó un gran sacrificio, sin duda, pero gracias a su generosidad y lucidez, España -no importa cuan grandes sean sus problemas actuales- es hoy una democracia moderna donde un golpe de Estado cuartelero resulta ya casi tan imposible como en Francia o Alemania. Sin aquella actitud pragmática de los antiguos rivales para convivir con sus diferencias y no continuar con la guerra civil aunque fuera. por, otros medios, el intento golpista del 23 de Febrero acaso no hubiera sido debelado tan pronto y España se enfrentaría ahora, tal vez, a una anarquía semejante a la de Rusia.

No se ha estudiado bastante la influencia que ha tenido la transición española en el resto del mundo. Yo estoy convencido de que su ejemplo fue decisivo en América Latina. Con variantes mayores o menores, esa fórmula fue seguida en Chile, en Nicaragua y en El Salvador, donde la evolución de un régimen autoritario a un sistema de convivencia democrática ha sido posible gracias a un esfuerzo conjunto de las fuerzas políticas para convivir, como se ha hecho en España, aun cuando el precio para ello fuera el altísimo de renunciar a pedir sanción y castigo penales para quienes cometieron. horrendos crímenes.

Desde luego que hay muchos argumentos morales para rechazar este realismo político que, en última instancia, garantiza la impunidad -a quienes pusieron bombas, torturaron, secuestraron, asesinaron y robaron en nombre de la civilización cristiana y occidental (o de la revolución socialista). Un destacado periodista argentino de oposición, Horacio Verbitsky, lo explica así, en el último número de Time: "¿Reconciliación? ¡Qué pretensión absurda! Eso tardará varias generaciones. ¿Cómo podría 'reconciliarse' una madre con la persona que mató a su hijo? Lo importante es compartir la idea de vivir pacíficamente, respetando las reglas y las instituciones de la democracia".

Esta tesis parece muy lógica, pero, en verdad ,la socava una contradicción, pues para que una sociedad se impregne de esa cultura democrática que enseña a todos a convivir en la legalidad con sus diferencias también hace falta tiempo, y, sobre todo, mucha práctica. Eso no se aprende en la teoría, sino en el que hacer diario, en el ejercicio cotidiano de la legalidad y en el funcionamiento de las instituciones civiles. Para llegar a ello hay que empezar por romper el círculo vicioso y, como en España -o Chile, Nicaragua y El Salvador- impulsar unos mecanismos de coexistencia que, de manera gradual, vayan educando a todos en el difícil arte de la tolerancia y el respeto a la ley.

Un obstáculo mayor, aunque no el único, para instalar y, luego, ir perfeccionando la democracia,. son las Fuerzas Armadas. En América Latina, ellas han violentado una y otra vez la legalidad y usurpado el poder, destruyendo innumerables veces los intentos democráticos. Una cultura autoritaria las impregna, desde los comienzos de la vida republicana, y sus miembros siempre se han considerado, por ser dueños de la fuerza, imbuidos de algo así como de un derecho de tutela sobre el poder civil, al que podían deponer o reponer a su capricho. Mientras ellas no sean re-educadas y aprendan a respetar el poder civil y las leyes, la democratización será precaria y penderá sobre ella, como espada de Damocles, la sombra del cuartelazo. Este proceso toma tiempo y la única manera de que culmine -de que las Fuerzas Armadas se civilicen y en vez de potenciales dinamiteras del Estado de Derecho sean su sostén- es que las nuevas y frágiles democracias -unas casas de naipes- duren y, a la que vez que duran, se vayan fortaleciendo hasta que el acatamiento a las leyes y a los gobernantes legítimos forme parte de la idiosincrasia militar, como ocurre en Estados Unidos o el Reino Unido.
En mi opinión, este proceso da todavía sus primeros pasos en América Latina y, a diferencia de España, puede aún ser revertido. Lo fue, en cierta forma, en el Perú, donde desde el 5 de abril de 1992, impera un régimen sui generis, que no es una democracia ni tampoco una dictadura de rasgo tradicional, sino un curioso híbrido que, para colmo de males, goza incluso de cierta popularidad. Y los intentos golpistas de Guatemala y Venezuela, aunque fracasados, son un indicio inequívoco de que el riesgo de una involución hacia el autoritarismo militar está siempre ronadando los débiles gobiernos civiles.

Ni siquiera Chile, probablemente el país donde la legalidad y las costumbres democráticas se han enraizado más en la última década, debido a la vieja tradición civil y legalista del país, y también a la solidez del consenso reinante entre las fuerzas políticas y al acelerado crecimiento económico, se puede cantar victoria. Lo estamos viendo estos días, con la tensión surgida con motivo de la condena por la Corte Suprema del ex-jefe de la DINA, el general Manuel Contreras y su lugarteniente el brigadier Pedro Espinoza, acusados de haber ordenado el asesinato, en Washington, del líder socialista exiliado Orlando Letelier.
Creo que, aunque a regañadientes, las Fuerzas Armadas chilenas acatarán un fallo que ha sido dictado respetando rigurosamente los mecanismos judiciales que la propia dictadura de Pinochet aprobó y que cuenta con el respaldo de la opinión pública chilena e internacional. Ésta es una victoria, sin' duda, de la ley sobre el crimen y una reparación simbólica a una de las víctimas de la represión; pero mucho me temo que si, alentado por ello, el régimen democrático intentara llevar al banquillo de los acusados a todos los militares y policías chilenos responsables de abusos a los derechos humanos el riesgo de una sublevación militar sería enorme.

Desde mi punto de vista, es un riesgo que las nuevas democracias latinoamericanas deberían tratar de evitar, siguiendo el ejemplo español. Mientras esa construcción de papel no sea una sólida ciudadela de material noble, no hay que forzarla demasiado, pues si ella se desploma será peor: la guerra civil permanente que ha signado nuestra historia no terminará nunca, renacerán las dictaduras y habrá nuevos crímenes y torturas y atropellos y América Latina seguirá sumida en el salvajismo y la' barbarie políticos hasta la consumación de los siglos. Para salir de ellos, la primera y más urgente prioridad es la preservación del sistema democrático, el fortalecimiento de las instituciones, el respeto de la legalidad, hasta que esto se convierta en una manera de vivir para civiles y militares, por igual.

Esto es difícil, porque las actitudes autoritarias, aunque muy arraigadas en el estamento militar, lo están también, en América Latina, en vastos sectores de la sociedad civil, donde, no sólo entre los grupos extremistas partidarios de la acción directa, sino entre partidos. políticos, dirigentes sindicales, periodistas e intelectuales que creen defender la democracia, suelen manifestarse, a menudo sin que ellos lo adviertan, una intolerancia y, matonería semejantes a las de quienes creen que la verdad política la deciden los cañones y los campos de concentración.

Mi ejemplo se llama Juan José Saer, escritor argentino, quien, en EL PAÍS del 6 de junio, refuta mis opiniones, sobre las confesiones de militares torturadores de su país expresadas en una Piedra de Toque anterior (Jugar con fuego,7 de mayo). Lo hace "desde el más imperturbable desprecio" hacia quien "ha hecho de la agitación una actividad comercial", tiene una "historia tenebrosa" y cuyos "dislates no justifican la controversia", pues lo que escribe está lleno "de lugares comunes, de ideas fijas y de incoherencias histéricas" es un dechado de "duplicidad", "cobardía", "inepcia", "chatura seudohumanista" y a quien, además de "mala fe" e "ignorancia", adorna "la inconsecuencia clínica del mitómano".
¿Más pruebas de que no sólo los militares necesitan ser civilizados para que la cultura democrática prenda por fin en América Latina?"

Mario Vargas Llosa 18.06.1995


"No tengo ninguna intención de polemizar con el señor Vargas Llosa. Sólo quiero precisar algunos hechos. La amalgama, la información trunca, la petición de principio y la pura mitomanía invalidan de antemano, la posibilidad de cualquier discusión seria.El señor Vargas Llosa, que ha hecho de la agitación una actividad comercial, carece de la envergadura intelectual y de las garantías mortales necesarias que podrían convertir a todo adversario en un interlocutor válido. La historia tenebrosa de sus opiniones y de sus actos pueden hacerla, si lo desean, todos aquellos que por complacencia, oportunismo o ignorancia acogen tan a menudo sus panfletos, acordándoles de ese modo la legitimidad de un periodismo honesto y objetivo. Sus dislates no justifican la controversia: llenos de lugares comunes, de ideas fijas y de incoherencias histéricas, una vez expuestos en lugar visible se refutan solos.

Pero aun para el más imperturbable desprecio, la imprudencia tiene un límite. En el artículo Jugar con fuego, aparecido en EL PAÍS del 7 de mayo, el señor Vargas Llosa franquea, con su desparpajo habitual, ese límite, y se instala en una zona turbia que está más allá del error.

Cada uno es libre de sus opiniones si, desde luego, las profiere con franqueza; pero si para hacerlas más aceptables las adereza con una napa asqueante de lugares comunes dignos de una composición de sexto grado no es difícil inferir la duplicidad y, en definitiva, la cobardía de quien las expresa.

El artículo comenta las recientes confesiones públicas de militares argentinos que participaron activamente en los actos masivos de terrorismo de Estado perpetrados por la dictadura militar entre 1976 y 1983.

Esas confesiones públicas no aportan ninguna novedad a los hechos, mundialmente conocidos desde hace más de una década. El informe de la Conadep -Comisión Nacional de Desaparecidos, presidida por Ernesto Sábato-, de septiembre de 1984, después de muchos meses de trabajo ejemplar, logró probar, aceptando como válidos sólo los casos donde existían varios testimonios concordantes, el secuestro, tormento y desaparición de alrededor de nueve mil personas. Su estimación global, sin embargo, según varios indicios fuertemente probables, es de unos treinta mil desaparecidos. El informe fue, por otra parte, al año siguiente, una pieza decisiva en el proceso a los jefes de la dictadura militar bajo el Gobierno del doctor Raúl Alfonsín. Varios responsables militares fueron condenados a importantes penas de cárcel, pero el Gobierno de Carlos Menem, en 1989, les acordó una injustificada amnistía. De modo que las confesiones públicas de unos pocos militares -el resto guarda todavía un espeso silencio- no introducen ninguna novedad a no ser la comprensible exigencia de una buena parte de la opinión pública, exigencia que nunca decayó totalmente, de que se juzgue a los culpables de tantos crímenes horrendos. Y es la posibilidad de un nuevo proceso lo que despierta el escepticismo de Vargas Llosa.

Podado de sus vaguedades liberales y de sus supuestas revelaciones, su artículo sostiene en sustancia que un nuevo juicio a los militares es "prácticamente" imposible, porque la responsabilidad de los crímenes no recae únicamente sobre los que los cometieron, sino "sobre un amplio espectro de la sociedad argentina", es decir, sobre todos aquellos que aprobaron la llegada al poder de la dictadura militar y asistieron, sin rebelarse explícitamente, a la ola de terror. Según este argumento, Goering, Hess, Eichmann o Barbie no hubiesen debido ser juzgados o condenados por los crímenes que cometieron, con el pretexto de que la mayoría del pueblo alemán sostenía al nacional-socialismo. Este curioso argumento es la legitimación tácita de la tiranía, porque los desmanes de cualquier Gobierno elegido por simple mayoría podrían ser reivindicados por los dirigentes como atributos legítimos del mandato popular. La tan criticada Ley de Punto Final de la Administración de Alfonsín contempló lo absurdo de ese argumento y puso un tiempo límite para que todas las denuncias fundadas pudieran ventilarse en los tribunales.

La ley fracasó rotundamente, pero la intención era castigar graves casos precisos de violación de derechos humanos, para sacar justamente el problema del terreno brumoso de la responsabilidad colectiva. Si la ley fracasó fue porque muchos jueces que habían sido cómplices de la dictadura empezaron a enjuiciar a militares subalternos omitiendo ocuparse de los verdaderos responsables. Ese argumento de la responsabilidad colectiva pondría, por otra parte, en situación delicada al propio Vargas Llosa, porque mientras que decenas de intelectuales y de artistas chilenos y argentinos eran torturados, asesinados, o desterrados, él seguía publicando sus artículos en los diarios oficiales de las dictaduras, de esos países.
El artículo de Mario Vargas Llosa se desliza, groseramente en verdad, de la tesis de la dificultad del juicio a causa de la responsabilidad colectiva a la de su falta de necesidad, incluso a su carácter nocivo, porque una actitud revanchista pondría en peligro las todavía frágiles instituciones democráticas.

No entiendo cómo la impunidad de esos crímenes horrendos podría contribuir a estabilizar la democracia, ni cómo puede llamarse democracia a una sociedad en la que verdugos y torturadores, secuestradores y asesinos de criaturas, se pasean por la calle, ostentando el cinismo satisfecho de sus crímenes. Es verdad que en nuestra época la palabra democracia ha sido vaciada por muchos de todo contenido y que, parafraseando al doctor Johnson, podríamos decir que la democracia -como hasta no hace mucho la patria- se ha vuelto el último refugio del pícaro. Pero el argumento de choque del artículo consiste en afirmar que si bien la dictadura existió, no se debe eliminar del debate "un hecho capital": la acción insurreccional de los grupos armados que implícitamente justificó la reacción del ejército. Una mentira enorme apoya este sofisma: según Vargas Llosa, la lucha armada comenzó bajo un Gobierno constitucional y democrático, lo que haría recaer en sus partidarios la principal responsabilidad de las masacres. Esta afirmación podría deberse a la mala fe de Vargas Llosa o a su ignorancia de la historia argentina: yo creo que ambas razones no se excluyen necesariamente.

Desde el golpe de Estado de 1955 contra el Gobierno de Perón hasta el 10 de diciembre de 1983, es decir, durante 28 años, hubo en Argentina sólo seis años de gobiernos constitucionales diluidos en 22 años de dictaduras militares, Los primeros intentos de resistencia armada empezaron en 1956, bajo un Gobierno militar, y la mayoría de las acciones importantes tuvo lugar contra ese tipo de Gobierno. Calificar el de Isabel Perón de democrático es una lamentable patraña, ya que fue ese mismo Gobierno el que, después de haber alentado grupos paramilitares y parapoliciales, comenzó a aplicar el terrorismo de Estado firmando un decreto de "exterminio" que los militares que lo derrocaron no hicieron más que aplicar al pie de la letra.

Quiero hacer notar que, como de costumbre, el señor Vargas Llosa es poco original, porque su punto de vista coincide como por casualidad, y al milímetro, con el de la dictadura militar: si torturaron y asesinaron fue porque los otros los obligaron a lanzarse en lo que ellos mismos bautizaron "la guerra sucia". Adobándolo de inenarrable chatura seudohumanista, Vargas Llosa no hace más que blandir el eterno pretexto de todos los tiranos: la responsabilidad del terrorismo de Estado recae no sobre los asesinos que lo ponen en práctica, sino sobre la sedición que, previamente, la provocó.

En cada frase de ese artículo hay una inepcia, y podría poner como ejemplo la afirmación de que Chile es un país reconciliado, aunque todos sabemos que los excesos del golpe de 1973 aún no han sido elucidados, y que la sombra siniestra de Pinochet se proyecta todavía, reivindicando orgullosamente todos sus crímenes, sobre la sociedad chilena.

En la más completa impunidad, y con la inconsecuencia clínica del mitómano, Vargas Llosa, como se puede comprobar, es capaz de escribir cualquier cosa y, como decía al principio, a amalgama, la verdad trunca, a afirmación irresponsable, son la rutina de este articulista. La inconsistencia general de sus argumentos fatiga, y sus torpes tergiversaciones ya hace tiempo que han dejado de indignar. Como a un factor más de contaminación ambiente se soportan su verborrea omnipresente, su sintaxis renga, sus efectos de pacotilla, su narcisismo vulgar que, a decir verdad, nada justifica. Pero todo tiene un límite.

Comentando las confesiones públicas de los torturadores arrepentidos, el señor Vargas Llosa se atreve a estampar estas líneas: "Ahora sí, la evidencia está allí. La verdad ya no puede ser cuestionada ni rebajada...". A pesar de las 484 páginas atroces del informe de la Conadep, de las decenas de miles de folios de los procesos militares, de los testimonios directos difundidos desde hace casi veinte años por la prensa internacional y por las asociaciones de defensa de los derechos humanos, el indigno autor de ese artículo insinúa que sólo el testimonio de los torturadores suministra la prueba irrefutable de lo que realmente sucedió.
La veracidad de una de las páginas más sombrías de la historia americana estaba, según él, en suspenso antes de que los asesinos reconocieran sus crímenes. El relato de miles y miles de víctimas, de familiares, de testigos, de periodistas y de magistrados no era al parecer prueba suficiente. Tal es la insinuación incalificable que, sin embargo, califica a quien la escribió: hasta ahora la palabra de las víctimas no era enteramente digna de crédito; solamente la confesión de los verdugos la certifica."


Juan José Saer es escritor argentino miembro de la mesa coordinadora del Parlamento Internacional de Escritores.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 6 de junio de 1995

jeudi 24 janvier 2019

Un editorial de El País (06.01.2019)

Cuba, 60 años después


El presidente Miguel Díaz-Canel, segundo desde la izquierda, y Rául Castro, durante los actos de celebración del aniversario de la revolución cubana.   
 
El presidente Miguel Díaz-Canel, segundo desde la izquierda, y Rául Castro, durante los actos de celebración del aniversario de la revolución cubana.
Cuba acaba de conmemorar el 60º aniversario de la Revolución que terminó con la dictadura de Fulgencio Batista. Las imágenes de los jóvenes guerrilleros por las calles de Santiago de Cuba a principios de enero de 1959 dieron la vuelta al mundo y tuvieron un gran impacto político internacional durante varias generaciones. La llegada al poder de Fidel Castro en el punto álgido del enfrentamiento ideológico entre Estados Unidos y la Unión Soviética repercutió en las tendencias políticas de los países democráticos ya fuera por rechazo o simpatía hacia el régimen de La Habana.

En estos 60 años el panorama político mundial ha cambiado tanto que es casi irreconocible. La descolonización africana, la caída y desaparición del bloque comunista, la democratización de Latinoamérica, el auge económico sin precedentes de China, el hundimiento institucional del mundo árabe o la consolidación del proyecto europeo son apenas algunos de los importantes hitos que han desfilado por este periodo. No obstante, hay algo que no ha cambiado: durante todo este tiempo los vencedores de aquella Revolución han detentado el poder en Cuba realizando apenas pequeños cambios políticos más por circunstancias externas —por ejemplo, el grave perjuicio económico que provocó el fin de la URSS— que por convencimiento de la necesidad de apertura del sistema hacia una democracia que finalmente nunca se ha producido.

Una constante de estas seis décadas ha sido el enfrentamiento con EE UU. Una pugna política y económica —caracterizada principalmente por el larguísimo y todavía vigente embargo económico decretado por Washington— que en ocasiones se ha deslizado peligrosamente al terreno militar. Esta perspectiva cambió con el acercamiento protagonizado por Barack Obama y Raúl Castro en 2014. Pero apenas cuatro años después aquellas expectativas apenas han supuesto una pequeña mejora. El discurso agresivo ha vuelto a instalarse en la Casa Blanca de Donald Trump mientras que en Cuba el relevo de poder desde la familia Castro al nuevo líder, Miguel Díaz-Canel, todavía no ha supuesto avance alguno en libertades.

dimanche 20 janvier 2019

Critique de film_2



            El Verdugo est un film de Luis García Berlanga sorti en 1963. C'est un film italiano-espagnol relatant la vie d'un jeune homme qui, du jour au lendemain, devient bourreau au service du régime franquiste. C'est un film à la fois original et violent.

            En Espagne, la peine de mort a été abolie en 1978. Aussi, lorsque Franco était au pouvoir, le métier de bourreau était toujours d'actualité. Cependant, et comme le dit le personnage principal, la représentation du bourreau dans l'imaginaire collectif ne correspond pas à l'apparence d'Amadeo, soit celle d'un petit vieillard à l'air inoffensif. José Luis le dit clairement à son collègue : « Si je ne savais pas qu'il était bourreau, je ne pourrais pas le deviner ! ». Je pense que c'est là le message du film : un bourreau n'est pas une personne violente, cagoulée, agressive, mais bien un monsieur tout le monde. C'est une façon originale, donc, d'aborder le sujet tabou qu'est la mort, dans un film parlant de l'un des aspects du régime franquiste. Sur cette époque, on s'attendrait plutôt au récit d'un résistant, finissant puni et condamné par l'injustice, liée au régime franquiste.
            Ici, le réalisateur fait donc preuve d'originalité, mais de réalisme aussi. Tout au long du film, Amadeo défend la profession de bourreau en expliquant qu'il existe des lois, qu'elles doivent être appliquées et qu'ainsi, les infractions doivent être sanctionnées. Le réalisme, et l'originalité proviennent également du traitement du personnage de José Luis : en effet, il est un beau jeune homme (joué par Nino Manfredi), piégé par ses sentiments et ses actions. Il est attachant, et il est difficile de ne pas avoir pitié de lui. Pour ma part, la scène m'ayant le plus marquée, comme je le crois la plupart des spectateurs, est celle pendant laquelle José Luis tente de convaincre le directeur de la prison qu'il est incapable de tuer, qu'il n'a aucune expérience et qu'il vaut mieux faire appel à un autre que lui. Le personnage est désespéré, terrorisé et sa cause semble perdue. Cette situation est paradoxale : en effet, le spectateur a pitié du bourreau et non du condamné.
            Ce film est donc très original, autant dans sa manière d'aborder le régime franquiste que dans le traitement des personnages, ce qui permet d'avoir une vision plus réaliste mais paradoxale de la situation présentée.

            La force du film réside dans sa capacité à représenter la mort, à en faire une entité omniprésente et oppressante, voire violente. En effet, José Luis travaille au début du film aux Pompes Funèbres, lorsqu'il rencontre Amadeo. La relation de ces deux hommes est fondée sur leur rapport, bien que différent, à la mort. L'un la provoque, l'autre la dissimule. Tout deux souffrent de l'image que leur métier porte. La dernière réplique, dite par Amadeo, bouleverse et renverse la vision du personnage : « Moi aussi, j'ai dit ça la première fois ». Lui aussi a juré qu'il ne tuerait plus jamais. Amadeo a été José Luis, Amedeo est le futur José Luis, José Luis est le passé d'Amadeo. Cette révélation est violente, fatale et montre que le destin du jeune homme est scellé. La violence du propos réside également dans la capacité du film à suggérer les horreurs liées à la fin de la guerre et à l'affirmation de la puissance de Franco. En effet, dans de nombreuses scènes extérieures, il est possible de constater la présence des forces de l'ordre, symbole de la surveillance et du contrôle. La mort n'est jamais montrée directement, mais plutôt par des symboles : un cercueil, un outil de mise à mort (un garrot), un corbillard, une prison et même Amadeo et José Luis (par leur profession).
            La scène précédant l'exécution du condamné par José Luis est à la fois glaçante et révélatrice du talent du réalisateur : le scène se déroule dans une pièce rectangulaire blanche, avec comme seule issue, une porte au fond de la pièce. Le condamné, accompagné d'un prêtre, avance sereinement vers cette porte. José Luis, lui, est accompagné par les gardiens de la prison, et il lutte pour ne pas s'approcher de cette même porte. La forme de la pièce et la porte représentent le cheminement vers la mort des deux hommes. Cette scène amène l'inévitable : le condamné va mourir, et le bourreau va tuer.
            Ce film révèle donc la violence de l'Espagne franquiste, tout en prenant le parti de la suggérer plutôt que de la montrer, car l'imagination humaine est bien plus puissante et effrayante que n'importe quels effets spéciaux.


            Pour conclure, je trouve ce film bouleversant, marquant et d'une brutalité plutôt rare pour un film des années 60. C'est également un film présentant la triste réalité de la période post-guerre civile en Espagne : les individus cherchent à survivre et parfois, cela amène à tuer.

Anaïs LM (LS1) 


 

vendredi 18 janvier 2019

Critique de film_1


El Verdugo est un film de Luis García Berlanga, sorti en 1963. José Luis, interprété par Nino Manfredi est un employé des Pompes Funèbres, il rencontre le vieux bourreau Amadeo, joué par José Isbert. Or, la relation qu’il va entretenir avec sa fille l’oblige à s’engager et à devenir, bourreau, comme son beau-père.



            Ce personnage semble dans l’incapacité d’accepter moralement la fonction de bourreau, puisqu’il déclarera à son beau-père « Creo que la gente debe morir en su cama. »: d’après lui, la population doit mourir dans son lit de causes naturelles. Il semble incarner la position de l’opinion publique des classes moyennes de cette époque, à savoir, ne pas cautionner, ni prendre part aux exécutions qu’impose le régime.Cependant, malgré les résistance qu’il montre, il est contraint d’obéir. Ainsi, dans cette optique, l’exécution commise à la fin du film peut incarner la disparition de sa moralité. Cela permet de définir cette œuvre comme engagée, comme une critique de la dictature de Franco, puisque le film se situe dans les années 1960.


            Cette œuvre peut également être visionnée par un spectateur critique qui décèle une caricature de la société. En effet, puisque si le personnage principal accepte de signer un papier qui fait officiellement de lui un bourreau, c’est avant tout pour obtenir un appartement et y loger sa famille, en s’assurant un confort matériel de vie. Certes il pense à sa famille, néanmoins, cela permet de combler des envies matérielles. Mais, alors qu’il pensait que cela ne le rattraperait jamais, une terrible lettre arrive et bouleverse la vie familiale. En effet, il doit exécuter un condamné.


            Si le film semble aborder un sujet (certes obscur) de façon légère, plusieurs lectures de ce film sont possibles. C’est pourquoi El Verdugo peut convenir à divers types de spectateurs. Par exemple, la mort n’est pas représentée, et si dans les dernières minutes du film on comprend que finalement le jeune bourreau a procédé à sa première exécution, c’est seulement parce qu’il revient dépité, parce qu’il semble anéanti, et parce ce qu’enfin il donne des billets à sa femme en abordant le sujet.


            Les conversations présentes dans le film utilisent un langage relativement simple, et révèlent des traits d’humour noir. C’est notamment le cas lorsqu’un homme propose un café à l’employé des Pompes Funèbres, dans les premières minutes du film alors qu’il transporte un cercueil qu’il doit remettre à sa famille. Cet humour noir atteint son paroxysme dans les dernières minutes du film, puisqu’en revenant de son exécution, José Luis rejoint son beau-père et lui déclare qu’il ne pourra pas recommencer ce qu’il vient d’effectuer. Or, ce dernier lui réplique que ces paroles, sont similaires à celles qu’il prononçait lui-même en début de carrière.


            Finalement, si le spectateur doit retenir un passage particulièrement représentatif de ce film et de l’ambition de Berlanga, il s’agira sûrement de la scène de dialogue qu’entretient José Luis avec le directeur, quelques minutes avant l’exécution. Dans celle-ci, José Luis lui confie que le seul désir qui l'anime est de vivre tranquillement, aux côtés de sa famille. Il tente de le convaincre en lui montrant des photos de sa femme et de son enfant. Cependant, face à lui, se trouve un homme (qui pourrait peut-être, être représentatif du régime de Franco selon Berlanga) qui est insensible aux paroles du "bourreau malgré lui", et qui ne semble pas comprendre en quoi cela le perturbe. Le représentant de régime paraît déshumanisé, et cet acte que commet José Luis à son corps défendant est l’élément déclencheur de sa propre déshumanisation puisqu’il semble s’inscrire dans le même cercle que son beau-père.



            Ainsi, je pense que ce film, quel que soit son objectif, propose à chaque spectateur la possibilité de bâtir sa propre opinion, à travers une histoire particulièrement touchante.


Emma M. (LS1)