Los estudiantes de LS1-LS2 y EC2 tenían que leer un artículo publicado en noviembre del 2011 tras la muerte de Alfonso Cano que el presidente colombiano Juan Manuel Santos presentó como un acontecimiento histórico por ser la demostración clara de la imposibilidad para los combatientes de las FARC de seguir sin ver la necesidad de salir de ese conflicto que dura desde hace cincuenta años.
Ludivine (LS2) reacciona tras la lectura:
" En este artículo se observa la actitud de los políticos pero se puede analizar también la reacción de la población, de los colombianos que se hacen muchas preguntas sobre un fin posible de las FARC. En efecto muchos están organizando marchas contra el grupo armado. Así fue el caso el 6 de diciembre de 2011: la idea era que se sumieran los colombianos de todos los rincones del territorio nacional para manifestar el rechazo a los crímenes de las FARC, a los secuestros, las torturas, los homicidios, o sea hechos de violencia. Se organizaron manifestaciones en cuarenta ciudades de Colombia con la mayor en la capital: Bogotá. Me llamó la atención lo que dijo un manifestante: "Unirnos en una sola voz es el punto central.". Esas marchas me parecen ser una iniciativa común de todos los colombianos unidos y con eso pueden volverse un momento clave de la historia colombiana. Estas manifestaciones dan la imagen de una población unida, potenta que actúa de manera pacífica, muy lejos de las imágenes tradicionales de violencia que tenemos de ese país en Europa.
Sin embargo, me pregunto si existe verdaderamente esa unidad y esa fuerza nacional. Porque se puede notar que detrás de esas marchas, hay objetivos, voluntades y lógicas diferentes según los ciudadanos. Eso lo señala muy bien otro manifestante, León: "Entre los organizadores, hay una gran discusión de si es una marcha contra las FARC, o contra la violencia o a favor de los secuestrados porque aquí en Colombia siempre hay muchas discusiones". Claro que se puede hablar de varios temas en esas manifestaciones que en realidad están ligados entre sí pero no sé si no existe un abismo entre los que buscan la paz y que rechazan toda forma de violencia y otros que quieren mostrar que en Colombia es posible que la guerra sea un camino para salir del conflicto armado. Lo mismo se nota con los políticos, todos quieren el fin de las FARC pero ciertos de forma pacífica (yo pienso en el ex senador Luis Eladio Pérez, secuestrado durante siete años o el ex comisionado Daniel García Peña) y otros de manera violenta (el Presidente Santos habla de un Plan para la Paz que prevé la movilización de 20 000 policías y 6 000 soldados). Por eso medios locales invitan a la población a expresarse sobre las diferentes formas para salir del conflicto y los sitios Internet acogen las opiniones de cada bando.
Así, aunque la población da muestra de una gran solidaridad y se une en todos los rincones de Colombia, bien se ve que las ideas se enfrentan sobre los medios para alcanzar el fin que todos desean."
A ver si quiere expresarse Diego y ayudarle a Ludivine a comprender algo más lo que está pasando en la sociedad civil colombiana...
Por desgracia, no leí el artículo del que están hablando. Sin embargo, puedo expresar mi opinión como un colombiano más, que ha sufrido los sinsabores de un conflicto tan largo en el país.
En primer lugar, tengo que felicitar a Ludivine, que manifestó de forma clara y concisa una situación bastante compleja. Hay varios puntos que valen la pena mencionar: las posibles soluciones al conflicto, las expectativas de los ciudadanos y la posición del gobierno.
En Colombia, por lo general se han planteado dos posibilidades para alcanzar la paz: la vía de la negociación o la vía de la guerra. Desgraciadamente la primera opción ha demostrado ser un fracaso por falta de voluntad tanto del Gobierno como de la guerrilla. En la memoria de todo colombiano está el infructuoso intento de reconciliación en San Vicente del Caguan (en el mandato de Pastrana). La guerrilla aprovechó ese receso para fortalecerse y cometer toda clase de actos delictivos. En consecuencia, el Estado perdió su soberanía. Todos los colombianos se sentían sin abrigo y decepcionados por haber puesto su fe en una esperanza tan cándida como la paz. En medio del desamparo, surgió un deseo de protección, de una figura paternal que protegiera a toda la Nación del fortalecido grupo guerrillero. Con Uribe nace una segunda esperanza: la paz por medio de la guerra. Más de una vez escuché decir en la calle: “Ojalá que maten a todos los guerrilleros”. En esa época nacieron las primeras manifestaciones. Como nunca, millones de colombianos se aglomeraron en las calles con un solo lema: “¡No más!”. Ahí estaba condensado el anhelo de todo un pueblo: no más secuestro, no más violencia, no más FARC.
Uribe, con el apoyo incondicional del pueblo, fue el primer presidente de la historia colombiana en ser reelegido, bajo la promesa de acabar con los “enemigos” de la Nación. Sin embargo, luego de ocho largos años, sus resultados quedaron en entredicho. Bien es cierto que las FARC habían perdido a sus líderes más importantes y que la seguridad había llegado a la mayor parte del territorio nacional; pero la guerrilla seguía existiendo y su presencia en la selva aún perturbaba el sueño de los colombianos. Por eso (aunque no ya con la misma convicción) los colombianos elegimos a Juan Manuel Santos, que prometió combatir con el mismo ímpetu las fuerzas al margen de la ley.
El tiempo ha pasado y todo sigue como hace veinte años. Yo, desde que tengo uso de razón, siempre he oído hablar de la guerrilla. Por eso, al igual que muchos colombianos, me pregunto si algún día terminará la pesadilla. Para los que vivimos en las ciudades, la palabra “conflicto”, o “FARC”, es sólo una palabra amarga que vemos todos los días en los diarios y en la televisión, pero que nunca hemos vivido en carne propia.
Hago esta extensa descripción para pintar un panorama general del sentimiento de la población. Al punto al que quiero llegar es el siguiente. Soluciones al conflicto parecen haber sólo dos: la negociación o la guerra; pero muchos colombianos a estas alturas no creen ni en la una ni en la otra. Incluso, en medio de la desilusión, se aferran a cualquier propuesta de los políticos. En este momento la inquietud de la población no es cuál será la vía para alcanzar la paz, la pregunta es si esa vía en realidad existe.
Por otro lado está el Gobierno. Tan solo diré que un gran sector está interesado en la guerra. Tantos años de conflicto ha generado una industria que mueve millones de dólares. Para una buena parte de los políticos, acabar con la guerrilla sería “matar a la gallina de los huevos de oro”. Ya no podrían manipular a la población ni despilfarrar como les diera la gana los fondos públicos.
Con todo lo anterior, pareciera que el país se encuentra en una encrucijada. Desde mi humilde punto de vista, creo que la población se ha equivocado al centrar toda su atención en la guerrilla. Ellos no son el verdadero problema. El meollo del asunto está en las causas que llevaron a ese grupo a sublevarse: la inequidad social. El criterio del colombiano promedio a la hora de votar ha sido cómo acabar con la guerrilla y se han olvidado de las desigualdades tan profundas que azotan a nuestra nación. Pienso que un gobierno más justo desvirtuaría todos los cimientos en los que se sustenta la guerrilla y generaría una plataforma más confiable para una mesa de negociación.
Espero haber sido claro en mis ideas. Cualquier inquietud por favor háganmela saber.
Y yo les doy las gracias a Ludivine y a Diego por haber entablado ese diálogo en mi blog. Qué suerte el compartir ese análisis con nuestro amigo colombiano.
Por desgracia, no leí el artículo del que están hablando. Sin embargo, puedo expresar mi opinión como un colombiano más, que ha sufrido los sinsabores de un conflicto tan largo en el país.
En primer lugar, tengo que felicitar a Ludivine, que manifestó de forma clara y concisa una situación bastante compleja. Hay varios puntos que valen la pena mencionar: las posibles soluciones al conflicto, las expectativas de los ciudadanos y la posición del gobierno.
En Colombia, por lo general se han planteado dos posibilidades para alcanzar la paz: la vía de la negociación o la vía de la guerra. Desgraciadamente la primera opción ha demostrado ser un fracaso por falta de voluntad tanto del Gobierno como de la guerrilla. En la memoria de todo colombiano está el infructuoso intento de reconciliación en San Vicente del Caguan (en el mandato de Pastrana). La guerrilla aprovechó ese receso para fortalecerse y cometer toda clase de actos delictivos. En consecuencia, el Estado perdió su soberanía. Todos los colombianos se sentían sin abrigo y decepcionados por haber puesto su fe en una esperanza tan cándida como la paz. En medio del desamparo, surgió un deseo de protección, de una figura paternal que protegiera a toda la Nación del fortalecido grupo guerrillero. Con Uribe nace una segunda esperanza: la paz por medio de la guerra. Más de una vez escuché decir en la calle: “Ojalá que maten a todos los guerrilleros”. En esa época nacieron las primeras manifestaciones. Como nunca, millones de colombianos se aglomeraron en las calles con un solo lema: “¡No más!”. Ahí estaba condensado el anhelo de todo un pueblo: no más secuestro, no más violencia, no más FARC.
Uribe, con el apoyo incondicional del pueblo, fue el primer presidente de la historia colombiana en ser reelegido, bajo la promesa de acabar con los “enemigos” de la Nación. Sin embargo, luego de ocho largos años, sus resultados quedaron en entredicho. Bien es cierto que las FARC habían perdido a sus líderes más importantes y que la seguridad había llegado a la mayor parte del territorio nacional; pero la guerrilla seguía existiendo y su presencia en la selva aún perturbaba el sueño de los colombianos. Por eso (aunque no ya con la misma convicción) los colombianos elegimos a Juan Manuel Santos, que prometió combatir con el mismo ímpetu las fuerzas al margen de la ley.
El tiempo ha pasado y todo sigue como hace veinte años. Yo, desde que tengo uso de razón, siempre he oído hablar de la guerrilla. Por eso, al igual que muchos colombianos, me pregunto si algún día terminará la pesadilla. Para los que vivimos en las ciudades, la palabra “conflicto”, o “FARC”, es sólo una palabra amarga que vemos todos los días en los diarios y en la televisión, pero que nunca hemos vivido en carne propia.
Hago esta extensa descripción para pintar un panorama general del sentimiento de la población. Al punto al que quiero llegar es el siguiente. Soluciones al conflicto parecen haber sólo dos: la negociación o la guerra; pero muchos colombianos a estas alturas no creen ni en la una ni en la otra. Incluso, en medio de la desilusión, se aferran a cualquier propuesta de los políticos. En este momento la inquietud de la población no es cuál será la vía para alcanzar la paz, la pregunta es si esa vía en realidad existe.
Por otro lado está el Gobierno. Tan solo diré que un gran sector está interesado en la guerra. Tantos años de conflicto ha generado una industria que mueve millones de dólares. Para una buena parte de los políticos, acabar con la guerrilla sería “matar a la gallina de los huevos de oro”. Ya no podrían manipular a la población ni despilfarrar como les diera la gana los fondos públicos.
Con todo lo anterior, pareciera que el país se encuentra en una encrucijada. Desde mi humilde punto de vista, creo que la población se ha equivocado al centrar toda su atención en la guerrilla. Ellos no son el verdadero problema. El meollo del asunto está en las causas que llevaron a ese grupo a sublevarse: la inequidad social. El criterio del colombiano promedio a la hora de votar ha sido cómo acabar con la guerrilla y se han olvidado de las desigualdades tan profundas que azotan a nuestra nación. Pienso que un gobierno más justo desvirtuaría todos los cimientos en los que se sustenta la guerrilla y generaría una plataforma más confiable para una mesa de negociación.
Espero haber sido claro en mis ideas. Cualquier inquietud por favor háganmela saber.
Y yo les doy las gracias a Ludivine y a Diego por haber entablado ese diálogo en mi blog. Qué suerte el compartir ese análisis con nuestro amigo colombiano.
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