Es una pregunta difícil que concierne a
todos los españoles. Una pregunta que ya suscitó la multitudinaria
manifestación independentista ocurrida en Barcelona el 11 de septiembre 2012,
el « otro 11 de septiembre », día en que arrancó el proceso
separatista. La respuesta está en el desastre económico que está aguantando
España desde hace años y su consecuencia en el Estado de Autonomía que nació en
1978 al amparo de la Constitución, un proyecto político ambicioso que pretendió
solucionar durante unas décadas la cuestión vasca y catalana.
La crisis aguda que está atravesando
España tanto al nivel económico como político genera dos clases de
actitudes : el fatalismo y la opción radical de acabar con un modelo territorial
que parece « agotado », una actitud pesimista que se halla hoy en
políticos catalanes de orientaciones muy diferentes pero que se reúnen en torno
a la opción separatista : Jordi Pujol antes de ser convocado por los
jueces, Artur Mas que sin embargo ha sido excluido de un proceso que impulsó,
la CUP marcada por un radicalismo político y ERC que espera su revancha desde
hace décadas. Pero el fatalismo se encuentra también en la postura excluyente
de Mariano Rajoy que nunca ha sido capaz de entablar un diálogo verdadero con
la Generalitat en nombre del artículo 2 de la Carta Magna.
Otros políticos parecen aprovechar la
crisis para buscar remedios y salir de ella mejorando el sistema. Es lo que
proponen tomando ejemplo en Alemania que no vaciló en hacer 56 reformas
constitucionales desde 1949. Lo que piden, como el popular Javier Elorriaga o
la diputada de UPyD Rosa Díez, es una reforma urgente, de tipo federal, de la
Carta Magna para salvar el sistema autonómico, dándole más cohesión y
transparencia y corrigiendo ciertas asimetrías en asuntos como la financiación
y solidaridad autonómicas, los modelos fiscales o las políticas lingüísticas.
No faltan políticos valerosos que intentan limar las asperezas como se ha
podido ver entre el PSOE y Ciudadanos a lo largo de esos cuatro meses sin
gobierno.
Si el Estado de Autonomías está perdiendo
una batalla, ¿cómo actuar para que no pierda la guerra ? Es de creer todavía
en la posibilidad de corregir los defectos de la Constitución de 1978, en la
necesidad de completar la descentralización con el traspaso de nuevas
competencias y de frenar los gastos luchando también contra la corrupción, en
la reforma tan esperada del Senado como cámara representativa de las CC AA y en
un diálogo verdadero entre la Moncloa y los diferentes gobiernos autonómicos.
En todas esas cuestiones, es ahora tiempo para salir del conflicto – con el
ejemplo más emblemático que fue el Estatut catalán - y la incomunicación, con
el fin de alcanzar el consenso y la cooperación entre los diferentes actores
autonómicos tanto más cuanto que las Comunidades pequeñas tienen que afrontar
la crisis compartiendo infraestructuras y servicios.
Para que Catalunya no se vaya, los
esfuerzos tienen que ser compartidos. Basta ya con la fiebre nacionalista que
empuja a las Comunidades históricas a pedir siempre más competencias que las
otras porque lo que impera es el « nunca menos que ellos ». Pero
también sólo la reforma constituyente permitirá la convivencia entre todos los
españoles incluso si los catalanes consideran que ya no son españoles. Para que
no se vaya Cataluña, lo que se puede afirmar es que resulta urgente iniciar un
debate auténtico sobre el modelo de Estado y reformar por fin la Constitución.
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