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jeudi 27 décembre 2018

¿Qué futuro para la integración de las Américas?





A finales del mes de febrero de 2017, el encuentro entre Mauricio Macri y Mario Vargas Llosa no despertó la atención de la prensa por ser el primero sino por su carácter simbólico y eso por dos razones esenciales.

La primera razón es que el nuevo Presidente argentino desde 2015 y el Premio Nobel de Literatura 2010 que ya se habían encontrado en otras ocasiones optaron por seguir interviniendo conjuntamente sobre la necesidad de la integración y la defensa de un liberalismo respetuoso de los trabajadores haciéndolo esta vez en Madrid, en un lugar tan simbólico para Iberoamérica como la Casa de América. Que el hispano-peruano y el argentino hayan decidido entablar un diálogo sobre las democracias amenazadas por el populismo en una nación que sigue siendo un modelo político para muchos latinoamericanos no es mera casualidad.

La segunda es que tanto las economías europeas como las de América del Sur están viviendo un cambio de ciclo con esa nueva tendencia proteccionista de los Estados Unidos que puede ser una verdadera oportunidad para unos bloques comerciales que miraban demasiado hacia el Gigante del Norte. De ahí el empeño de Mauricio Macri en fortalecer los lazos entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico y entre ambos espacios y la Unión Europea en la que España puede servir de puente, empeño saludado por el novelista de doble nacionalidad que apuesta por el renacimiento de Argentina en el escenario internacional tras años de aislacionismo kirchnerista.

Pero lo más simbólico es sin duda esa defensa de la globalización por parte de dos figuras mediatizadas del Sur que siguen confiando en la integración latinoamericana.




El continente americano que se ha forjado en las violencias pero también en la multitud de los pueblos y las culturas que se han encontrado allí, sigue generando sueños y proyectos ambiciosos que a veces se ven minados por una realidad decepcionante.

Tanto el presidente Monroe como el Libertador Simón Bolívar pensaron possible la formación de grandes bloques políticos y económicos con el fin de contrarrestar la influencia de las potencias colonizadoras y luchar contra la avidez de los caudillos locales. De vez en cuando surgen desde el 2000 unos proyectos que pretenden reunir naciones con niveles de desarrollo muy diferentes siempre con la misma ambición : asentar una paz duradera, fortalecer las economías saliendo del modelo neocolonial y aparecer en el escenario internacional como un actor de primer rango. Por muy diferentes que sean ALCA, ALBA, UNASUR, CELAC… todos esos proyectos tienen como objetivo el demostrar la capacidad americana en integrarse juntos en la mundialización y en alcanzar una autonomía continental en dominios tan claves como la energía o el acceso al agua.

Sin embargo la multiplicación de los tratados de integración son a la vez la prueba de un afán de salir de una dependencia a los mercados exteriores pero también de una dificultad de las naciones a adoptar un proyecto global coherente. Para decirlo de forma más nítida, demasiados tratados, a veces contradictorios entre sí, demuestran una incapacidad de los dirigentes a escapar de viejos esquemas ideológicos. Bien se sabe que CAN ha sufrido en varias ocasiones de las posturas antiyanquis de Venezuela o de Bolivia o de las orientaciones ultraliberales del Chile de Pinochet. No se puede olvidar tampoco que Mercosur se ha estancado con las medidas proteccionistas de Argentina o que las nuevas orientaciones de la Casa Blanca amenazan el TLCAN y las relaciones entre Norte y Sur del continente. Por fin las actitudes radicales que son el populismo y el nacionalismo impiden que se solucionen de forma duradera viejas tensiones entre Colombia y Venezuela o Bolivia y Chile.

El futuro de la integración dependerá del valor que tendrán los mandatarios en salir de los viejos esquemas heredados de la guerra fría y de la capacidad de las sociedades civiles a movilizarse para imponer la convivencia entre los americanos del Norte y del Sur.

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