A finales del
mes de febrero de 2017, el encuentro entre Mauricio Macri y Mario Vargas Llosa
no despertó la atención de la prensa por ser el primero sino por su carácter
simbólico y eso por dos razones esenciales.
La primera
razón es que el nuevo Presidente argentino desde 2015 y el Premio Nobel de
Literatura 2010 que ya se habían encontrado en otras ocasiones optaron por
seguir interviniendo conjuntamente sobre la necesidad de la integración y la
defensa de un liberalismo respetuoso de los trabajadores haciéndolo esta vez en
Madrid, en un lugar tan simbólico para Iberoamérica como la Casa de América.
Que el hispano-peruano y el argentino hayan decidido entablar un diálogo sobre
las democracias amenazadas por el populismo en una nación que sigue siendo un
modelo político para muchos latinoamericanos no es mera casualidad.
La segunda es
que tanto las economías europeas como las de América del Sur están viviendo un
cambio de ciclo con esa nueva tendencia proteccionista de los Estados Unidos
que puede ser una verdadera oportunidad para unos bloques comerciales que
miraban demasiado hacia el Gigante del Norte. De ahí el empeño de Mauricio
Macri en fortalecer los lazos entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico y
entre ambos espacios y la Unión Europea en la que España puede servir de
puente, empeño saludado por el novelista de doble nacionalidad que apuesta por
el renacimiento de Argentina en el escenario internacional tras años de
aislacionismo kirchnerista.
Pero lo más
simbólico es sin duda esa defensa de la globalización por parte de dos figuras
mediatizadas del Sur que siguen confiando en la integración latinoamericana.
El continente
americano que se ha forjado en las violencias pero también en la multitud de
los pueblos y las culturas que se han encontrado allí, sigue generando sueños y
proyectos ambiciosos que a veces se ven minados por una realidad decepcionante.
Tanto el
presidente Monroe como el Libertador Simón Bolívar pensaron possible la
formación de grandes bloques políticos y económicos con el fin de contrarrestar
la influencia de las potencias colonizadoras y luchar contra la avidez de los
caudillos locales. De vez en cuando surgen desde el 2000 unos proyectos que
pretenden reunir naciones con niveles de desarrollo muy diferentes siempre con
la misma ambición : asentar una paz duradera, fortalecer las economías
saliendo del modelo neocolonial y aparecer en el escenario internacional como
un actor de primer rango. Por muy diferentes que sean ALCA, ALBA, UNASUR,
CELAC… todos esos proyectos tienen como objetivo el demostrar la capacidad
americana en integrarse juntos en la mundialización y en alcanzar una autonomía
continental en dominios tan claves como la energía o el acceso al agua.
Sin embargo la
multiplicación de los tratados de integración son a la vez la prueba de un afán
de salir de una dependencia a los mercados exteriores pero también de una
dificultad de las naciones a adoptar un proyecto global coherente. Para decirlo
de forma más nítida, demasiados tratados, a veces contradictorios entre sí,
demuestran una incapacidad de los dirigentes a escapar de viejos esquemas
ideológicos. Bien se sabe que CAN ha sufrido en varias ocasiones de las
posturas antiyanquis de Venezuela o de Bolivia o de las orientaciones
ultraliberales del Chile de Pinochet. No se puede olvidar tampoco que Mercosur
se ha estancado con las medidas proteccionistas de Argentina o que las nuevas
orientaciones de la Casa Blanca amenazan el TLCAN y las relaciones entre Norte
y Sur del continente. Por fin las actitudes radicales que son el populismo y el
nacionalismo impiden que se solucionen de forma duradera viejas tensiones entre
Colombia y Venezuela o Bolivia y Chile.
El futuro de
la integración dependerá del valor que tendrán los mandatarios en salir de los
viejos esquemas heredados de la guerra fría y de la capacidad de las sociedades
civiles a movilizarse para imponer la convivencia entre los americanos del
Norte y del Sur.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire