La transición con la que se contentarán los cubanos
será lenta, muy lenta. Primero porque sigue mandando el hermano de Fidel y
cuando Raúl Castro abandone el poder en 2018, no lo abandonará por completo ya
que seguirá controlando el PCC. Además los mandatarios posibles de los años
venideros no tienen como propósito normalizar la vida política ni fomentar la apertura
cultural sino promover el desarrollo económico. Una apertura a la china se
anuncia en Cuba.
Tras casi medio siglo de poder personal, el Líder
Máximo ha dejado muchos problemas. Entre ellos, la cuestión de las relaciones
con Estados Unidos que parecían mejorarse con el deshielo inciado en los
últimos años de la era Obama. Sigue imperando el bloqueo y ne se sabe lo que
hará Trump con él. Las opciones que tomó Castro han conducido también a una
mayor dependencia de la isla, siendo Venezuela el gran hermano de los últimos
años. Por fin la planificación socialista ha empobrecido la que era la « perla
de las Antillas » : una falta de industrialización y un sector
agropecuario a la zaga explican que Cuba importa el 40% de lo que comen los
cubanos.
Claro que la cuestión del crecimiento es esencial pero
si es importante alcanzar el 4% son también fundamentales los derechos básicos
de los ciudadanos. Por eso resulta necesario que la prensa no oficialista pueda
expresarse libremente y que los periodistas ya no sean amenazados con la
cárcel. Luego el gobierno ha de « abrir el puño » o sea que los
cubanos han de tener un acceso ilimitado a Internet y a las redes sociales. Por
fin es de resolver la cuestión de los opositores. Lo que tiene que hacer Cuba
lo más rápidamente posible es entrar en el mundo real.
Fidel, mito y
realidad.
El itinerario de Fidel Castro es un ejemplo magno
de oportunismo político : más que nadie, supo forjarse una imagen
duradera, omnipresente en el escenario nacional e internacional, otorgándose un mandato de tipo moral: proponer un modelo para hacer desaparecer toda
forma de materialismo y poner fin a la influencia corruptora del capitalismo.
Anclado en una realidad de privaciones y prohibiciones impuestas a la sociedad
que pretendía proteger, fue construyendo su propio mito.
El
castrismo, poder personal secular, se ha impuesto como imagen contraria a la
que ofrece el modelo norteamericano, modelo que le sirvió al líder cubano
de contramodelo y que justificó toda su acción política. Determinarse con
respecto a Estados Unidos, expresó la relación ambivalente que mantenía con ese
país, por ser éste, en última instancia, quien estaba al origen y determinaba
sus decisiones políticas, tanto al interior de la isla, como al exterior: todo
lo que vivían los cubanos era una consecuencia de lo que imponían los Estados
Unidos. Así se elaboró el mito del embargo que logró convencer al mundo entero de
que los cubanos vivían aislados del resto del mundo y eran los únicos capaces
de resistir la invasión estadounidense y de ganar la guerra librada por los
No-Alineados.
El fidelismo aparece ante los
ojos del mundo, y se impone a gran escala desde los tempranos días de enero de
1959, durante el trayecto de la Sierra Maestra a La Habana que el líder cubano,
con el dominio innato de su sentido de la comunicación, hizo que durara
varios días porque él iba ocupando, palmo a palmo, la geografía del país
e iba imponiendo su figura en el imaginario del mundo. Se impuso el nuevo
Fidel, vestido con el eterno traje de campaña del revolucionario presto al
combate y de la barba, la quinta esencia de su emblema que odiaba la CIA, que
lo aproximaba a la imagen de Cristo, ocupando en el imaginario el lugar de una
figura religiosa. El Fidel Castro que nacía, iba a personificar a un líder
guiado por principios éticos y desprovistos de ambiciones personales que se
había impuesto la misión de realizar una revolución cercana de la perfección. Y
poco importaba si Castro acumulaba una fortuna personal cuando los cubanos
vivían años del hambre.
Castrismo, fidelismo, la
lengua lo dice todo y en este caso enseña hasta qué punto ese régimen de 47
años fue un modelo de cinismo tal como lo ilustra un discurso político repetido
un sinfín de veces en la prensa oficial en la tele o en la Plaza de la
Revolución y que se apoyaba en una serie de imágenes, conceptos y teorías que
han logrado oponer a los cubanos: los auténticos y los “gusanos”.
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